amor
12 min

El amor, un camino de crecimiento y nuevos principios

Es importante trascender aquellas relaciones que se abandonan cuando dejan de recibir lo que necesitan.

Mi reflexión tiene que hablar del significado profundo de lo que significa el amor.

Muchas parejas no entienden en que consiste una relación, y no saben que con ello, han adquirido una responsabilidad. Desde hace un tiempo, presto mucha atención, cuando amigos y conocidos hablan del final de una historia: se han cansado el uno del otro, ya no estaban enamorados, se dieron cuenta de que eran diferentes, se aburrían, es que el otro/a tiene cosas que no le gustan, se fueron las mariposas…No quiero decir que crea en el amor eterno, seguro que muchas veces, se tiene que acabar porque no hay otra salida, porque no escogiste a la persona adecuada y la vida compartida es dolorosa…entonces, también es una responsabilidad sincerarse con uno mismo y con el otro, y darse cuenta de que aquello tiene que morir para siempre….por eso, me provoca un enorme respeto quien lo lleva a cabo habiendo luchado y agotado todas las posibilidades.

Pero cuando oigo argumentos de ruptura insustanciales, me pregunto, si realmente entendían lo que implicaba tener una relación y si lo descubrieran, si todavía tendrían posibilidades de caminar juntos…. En realidad el debate está en si realmente crees o no en el amor, porque si al final uno no cree, tampoco lo respeta, ni lo cuida…si a un jardín no lo riegas, las flores se morirán puede que con la lluvia te aguanten un poquito más, pero acabarán muriéndose. Creo que el verdadero problema es que ya no respetamos el amor entre dos personas, y no lo cuidamos, sino que las relaciones se usan y cuando dejan de darnos lo que necesitamos, se tiran…Seguimos buscando el amor de los anuncios, de las pelis de comedia romántica, ese que solo te cuentan los primeros seis meses de una relación, pero que creemos que es el resumen de lo que debe ser toda una historia de amor. Ese mensaje de que el amor verdadero fluye siempre y que funciona con el piloto automático, nos ataca y nos hace cuestionar lo que tenemos una y otra vez….pero a mi dejó de afectarme, cuando leí el cuento de la Mujer Esqueleto de Clarisa Pinkola, entonces lo entendí todo…no solo me di cuenta de las reglas del juego en la vida de pareja, sino de las reglas del juego en la vida en general. La vida, y el amor de pareja, es un ciclo de vida/muerte/vida. Este cuento es un pozo de sabiduría y cada vez que lo vuelvo a leer encuentro más matices y nuevas reflexiones.

Hoy en día creer en el amor no es fácil, parece que si crees en el amor, eres un iluso, una persona que ve el mundo de color de rosa… aunque yo siempre he sido una romántica y he ayudado a mis pacientes a creer en él. Como dice la autora: “La ignorancia es no saber nada y sentirse atraído por lo bueno. La inocencia es saberlo todo y seguir sintiéndose atraído por lo bueno.” Ahora enseño a mis pacientes a creer no en los príncipes azules y en las princesas de cuentos de hadas, sino en las personas que a veces se convierten en sapos, pero que a pesar de sus defectos, lo vuelves a besar, porque lo quieres, porque tu también eres imperfecto y te quieren.

El amor puede durar para siempre…si se transforma…porque crece, cambia, muere y vuelve a renacer. Así que ahora me declaro una inocente del amor, que sabe que a veces tiene momentos difíciles pero también momentos increíbles…Muchas personas tras la fase ciega del enamoramiento se asustan, cuando mueren las ilusiones, las expectativas, la pasión. Ante ese miedo de toparnos con la muerte, hay dos reacciones típicas. Una, es cuando la persona interpreta que se ha equivocado de nuevo, que aquel de quien se había enamorado, no era el hombre perfecto o mujer que había visto en un principio y quiere huir y escapar. Una persona me llegó asustada y frustrada porque decía que su marido era un cascarrabias, que se metía con todo lo que hacía y se sentía estafada porque argumentaba que antes de casarse y  tener el hijo, mientras eran novios, no había notado todo aquello…así que lo amenzaba con hacer las maletas. Lo que no sabía ella, era que aquello había existido siempre pero no lo había apreciado porque la química del enamoramiento le impedian abrir los ojos. Al final entendió que ese era su pareja y que lo de cascarrabias venía de serie, así que quedarse y aceptarlo tal y  como era también significaba amarlo. Otra reacción para protejernos de la decepción cuando descubres quien es realmente el otro y  empieza el verdadero desafío de la relación es cuando forzamos la intensidad, la alegría y la pasión evitando el conflicto a toda costa. El resultado es una relación poco auténtica, estancada, que no resuelve los problemas y que no puede crecer ni transformarse en algo mejor. Ya lo dice la autora «el deseo de obligar al amor a vivir en su forma más positiva, es la causa de que al final el amor muera definitivamente». En este sentido me encontré con un paciente, que cada vez que se acababa la pasión amorosa… en lugar de buscar otras formas de amor en la relación buscaba incentivos, viajes, cenas románticas…y negaba que aquella primera fase de pasión desenfrenada había acabado…al final el dolor era tan insoportable que la incomunicación les alejaba hasta el punto que rompía con la relación para ilusionarse en una nueva aventura con otra mujer. Al final,todas sus historias,  acababan en el mismo punto de decepción y se volvía a repetir el mismo bucle, una y otra vez… durante la terapia se dio cuenta que había actuado de forma inmadura, que había perdido a mujeres maravillosas despreciando el verdadero significado  del amor y que en realidad si hubiera tenido paciencia y voluntad hubiera podido resolver sus diferencias y empezar de nuevo sin tener que cambiar de pareja. Así que como dice la autora , «quererse significa abrazar y, al mismo tiempo, resistir muchos finales y muchísimos comienzos… todos en la misma relación..» Pero en toda historia de amor, siempre hay que hacer reformas, arreglar ventanas, quitar puertas o tirar paredes….no hay que temer a las crisis, después del cambio, llega un nuevo principio, que te permite crecer y construir con tu  pareja una unión mucho más sólida.

Espero que este cuento os sirva de inspiración… para que vosotros, entendáis el amor como un camino, lleno de crecimientos y de nuevos principios.

La Mujer Esqueleto

Había hecho algo que su padre no aprobaba, aunque ya nadie recordaba lo que era. Pero su padre la había arrastrado al acantilado y la había arrojado al mar. Allí los peces se comieron su carne y le arrancaron los ojos. Mientras yacía bajo la superficie del mar, su esqueleto daba vueltas y más vueltas en medio de las corrientes.

Un día vino un pescador a pescar, bueno, en realidad, antes venían muchos pescadores a esta bahía. Pero aquel pescador se había alejado mucho del lugar donde vivía y no sabía que los pescadores de la zona procuraban no acercarse por allí, pues decían que en la cala había fantasmas.

El anzuelo del pescador se hundió en el agua y quedó prendido nada menos que en los huesos de la caja torácica de la Mujer Esqueleto. El pescador Pensó: “¡He pescado uno muy gordo! ¡Uno de los más gordos!” Ya estaba calculando mentalmente cuántas personas podrían alimentarse con aquel pez tan grande, cuánto tiempo les duraría y cuánto tiempo él se podría ver libre de la ardua tarea de cazar. Mientras luchaba denodadamente con el enorme peso que colgaba del anzuelo, el mar se convirtió en una agitada espuma que hacía balancear y estremecer el kayak, pues la que se encontraba debajo estaba tratando de desengancharse. Pero, cuanto más se esforzaba, más se enredaba con el sedal. A pesar de su resistencia, fue inexorablemente arrastrada hacia arriba, remolcada por los huesos de sus propias costillas.

El cazador, que se había vuelto de espaldas para recoger la red, no vio cómo su calva cabeza surgía de entre las olas, no vio las minúsculas criaturas de coral brillando en las órbitas de su cráneo ni los crustáceos adheridos a sus viejos dientes de marfil. Cuando el pescador se volvió de nuevo con la red, todo el cuerpo de la mujer había aflorado a la superficie y estaba colgando del extremo del kayak, prendido por uno de sus largos dientes frontales.

“¡Ay!”, gritó el hombre mientras el corazón le caía hasta las rodillas, sus ojos se hundían aterrorizados en la parte posterior de la cabeza y las orejas se le encendían de rojo. “¡Ay!”, volvió a gritar, golpeándola con el remo para desengancharla de la proa y remando como un desesperado rumbo a la orilla. Como no se daba cuenta de que la mujer estaba enredada en el sedal, se pegó un susto tremendo al verla de nuevo, pues parecía que ésta se hubiera puesto de puntillas sobre el agua y lo estuviera persiguiendo. Por mucho que zigzagueara con el kayak, ella no se apartaba de su espalda, su aliento se propagaba sobre la superficie del agua en nubes de vapor y sus brazos se agitaban como si quisieran agarrarlo y hundirlo en las profundidades.

“¡Aaaaayy!”, gritó el hombre con voz quejumbrosa mientras se acercaba a la orilla. Saltó del kayak con la caña de pescar y echó a correr, pero el cadáver de la Mujer Esqueleto, tan blanco como el coral, lo siguió brincando a su espalda, todavía prendido en el sedal. El hombre corrió sobre las rocas y ella lo siguió. Corrió sobre la tundra helada y ella lo siguió. Corrió sobre la carne puesta a secar y la hizo pedazos con sus botas de piel de foca.

La mujer lo seguía por todas partes e incluso había agarrado un poco de pescado helado mientras él la arrastraba en pos de sí. Y ahora estaba empezando a comérselo, pues llevaba muchísimo tiempo sin llevarse nada a la boca. Al final, el hombre llegó a su casa de hielo, se introdujo en el túnel y avanzó a gatas hacia el interior. Sollozando y jadeando permaneció tendido en la oscuridad mientras el corazón le latía en el pecho como un gigantesco tambor. Por fin estaba a salvo, sí, a salvo gracias a los dioses, gracias al Cuervo, sí, y a la misericordiosa Sedna, estaba… a salvo… por fin.

Pero, cuando encendió su lámpara de aceite de ballena, la vio allí acurrucada en un rincón sobre el suelo de nieve de su casa, con un talón sobre el hombro, una rodilla en el interior de la caja torácica y un pie sobre el codo. Más tarde el hombre no pudo explicar lo que ocurrió, quizá la luz de la lámpara suavizó las facciones de la mujer o, a lo mejor, fue porque él era un hombre solitario. El caso es que se sintió invadido por una cierta compasión y lentamente alargó sus mugrientas manos y, hablando con dulzura como hubiera podido hablarle una madre a su hijo, empezó a desengancharla del sedal en el que estaba enredada.

“Bueno, bueno.” Primero le desenredó los dedos de los pies y después los tobillos. Siguió trabajando hasta bien entrada la noche hasta que, al final, cubrió a la Mujer Esqueleto con unas pieles para que entrara en calor y le colocó los huesos en orden tal como hubieran tenido que estar los de un ser humano.

Buscó su pedernal en el dobladillo de sus pantalones de cuero y utilizó unos cuantos cabellos suyos para encender un poco más de fuego. De vez en cuando la miraba mientras untaba con aceite la valiosa madera de su caña de pescar y enrollaba el sedal de tripa. Y ella, envuelta en las pieles, no se atrevía a decir ni una sola palabra, pues temía que aquel cazador la sacara de allí, la arrojara a las rocas de abajo y le rompiera todos los huesos en pedazos.

El hombre sintió que le entraba sueño, se deslizó bajo las pieles de dormir y enseguida empezó a soñar. A veces, cuando los seres humanos duermen, se les escapa una lágrima de los ojos. No sabemos qué clase de sueño lo provoca, pero sabemos que tiene que ser un sueño triste o nostálgico. Y eso fue lo que le ocurrió al hombre.

La Mujer Esqueleto vio el brillo de la lágrima bajo el resplandor del fuego y, de repente, le entró mucha sed. Se acercó a rastras al hombre dormido entre un crujir de huesos y acercó la boca a la lágrima. La solitaria lágrima fue como un río y ella bebió, bebió y bebió hasta que consiguió saciar su sed de muchos años.

Después, mientras permanecía tendida al lado del hombre, introdujo la mano en el interior del hombre dormido y le sacó el corazón, el que palpitaba tan fuerte como un tambor. Se incorporó y empezó a golpearlo por ambos lados: ¡Pom, Pom!…. ¡Pom, Pom!

Mientras lo golpeaba, se puso a cantar “¡Carne, carne, carne! ¡Carne, carne, carne! “. Y, cuanto más cantaba, tanto más se le llenaba el cuerpo de carne. Pidió cantando que le saliera el cabello y unos buenos ojos y unas rollizas manos. Pidió cantando la hendidura de la entrepierna, y unos pechos lo bastante largos como para envolver y dar calor y todas las cosas que necesita una mujer.

Y, cuando terminó, pidió cantando que desapareciera la ropa del hombre dormido y se deslizó a su lado en la cama, piel contra piel. Devolvió el gran tambor, el corazón, a su cuerpo y así fue como ambos se despertaron, abrazados el uno al otro, enredados el uno en el otro después de, pasar la noche juntos, pero ahora de otra manera, de una manera buena y perdurable.

La gente que no recuerda la razón de su mala suerte dice que la mujer y el pescador se fueron y, a partir de entonces, las criaturas que ella había conocido durante su vida bajo el agua, se encargaron de proporcionarles siempre el alimento. La gente dice que es verdad y que eso es todo lo que se sabe.

Carla Pérez Martí

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