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El ego es un cómodo disfraz para cubrir la desnudez emocional y las heridas del alma, pero conlleva peligro si no se controla.
El ego es una palabra muy confusa para la mayoría de personas.
Esta aparente identidad que mostramos frente a los otros no se trata de algo tan malo como nos han hecho creer, por lo que no hay que sentir culpa ni vergüenza. No es más, en realidad, que un sofisticado y necesario disfraz para cubrir las heridas del alma y la desnudez emocional que todos tenemos.
El ego es una parte fundamental de nuestra historia de vida, por lo que no hay que pelearnos con este disfraz que decidimos ponernos para sobrevivir. El problema es cuando nos identificamos con él en vez de identificarnos con el ser humano único e irrepetible que se esconde detrás de éste.
Cuando uno evoluciona, confía, ha madurado y consigue estar en paz consigo mismo, es cuando puede dejar caer este disfraz porque no tiene nada ni que esconder ni que presumir, y porque mostrar su vulnerabilidad así como sus cualidades no provocan tener que cubrirse con algo que les tape. Entonces, es este el momento en que uno ya no tiene el problema de dejar ver al ser humano que hay detrás de su disfraz y se despoja de toda máscara que hasta entonces le cubría.
A lo largo de la vida, según caminamos y nos vamos construyendo desde que nacemos, nos vamos encontrando tanto con personas y situaciones que nos benefician y conectan con nosotros mismos, con personas o circunstancias que nos provocan dolor, juicios, verguenza, tristeza, decepción o cualquier otra emoción que actúa negativamente. La mayoría de las veces, con el fin de protegernos, optamos por ponernos corazas de hierro que aparentemente nos defienden, pero lo único que consiguen es separarnos de esa parte tierna y amorosa de la que está hecha la naturaleza del ser humano. Y así, cargamos esa coraza de metal durante años con el peso y la carga que conlleva, si es que no vamos sobreponiendo capas y capas, cada vez más aparatosas, con tal de esconder nuestra verdadera esencia.
Muchas veces, algunas de estas capas llevan grabadas en ellas premisas que nos dijeron y que por defecto nos hicimos nuestras, así como ideas, suposiciones, calificativos o descalificativos. Y todos sabemos que los grabados sobre metal son difíciles de borrar. El objetivo es protegernos, otras veces escondernos, otras camuflarnos si las máscaras que nos ponemos nos permiten actuar cómodamente jugando un papel socialmente aceptado, pero todo ello a un precio muy alto.
El gran peligro del ego es acabar identificándote con él.
El ego es cómodo, porque uno no sale desnudo a caminar por el mundo agreste en el que vivimos. Sólo con muy pocas personas nos permitimos desnudarnos emocionalmente por completo.
Desde pequeños nos ponemos el disfraz del ego sin pensar, porque nos protege, pero de mayores se nos queda pequeño y nos aprieta, por lo que llega un momento en el que ya no nos sirve más.
Hay muchas situaciones en la vida en que nos puede ser de gran ayuda ponernos este disfraz, y no será tan grave siempre y cuando le pongamos conciencia para saber que no se trata de uno mismo, pues el gran peligro del ego es el momento en el que te identificas con él.
El ego es muy cómodo. Es cómodo porque recostarte sobre él es perfecto para no tener que cuestionarte si tienes que cambiar esto o aquello de ti mismo; es fácil caer en la autoafirmación de que si siempre has sido de una manera ahora no vas a tener que dejar de serlo. Es muy cómodo ser el mismo toda la vida y no tener que esculpirse por dentro avalado por un disfraz que presume ser permanente. Además, si uno lleva luciendo un disfraz durante mucho tiempo, se lo ha llegado a creer tanto, que este acaba pareciéndose a su propia piel y quitárselo puede ser un proceso demasiado doloroso e incómodo, así que el ego hará todo lo posible para que no tengas que desestimarlo nunca, incluso hasta se camuflará con tal de no tener que desaparecer.
En otras palabras, el gran peligro del ego es acabar identificándote con él.
Cuando el ego logra crearte una confusión entre quién eres tú y quién es ese disfraz que aparentas ser, es cuando ha llegado el momento de detenerte y hacer el ejercicio de empezar a sacarte todas tus capas hasta llegar a tu centro, a tu verdadera esencia, y aprender a quererte por lo que eres y no por lo que has querido proyectar.
En la medida en que el ego se diluye florece la verdadera autoestima y la aceptación de uno mismo. Quererse a uno mismo y no desviarse un ápice del amor que nos sentimos al margen de las críticas o reconocimientos externos que recibimos, de nuestras ventajas y limitaciones, es la mayor manifestación de un ego controlado.
Reducir el ego, o mejor aún trascenderlo, o es un acto muy liberador. No se trata de que desaparezca, porque mientras seamos humanos y tengamos mente, siempre estará con nosotros, pero sí se trata de conocerlo y tenerlo controlado.
Trabajar nuestro interior, nuestra autoestima y conectar con nuestro ser interior, es un viaje admirable hacia dentro que dará como resultado el florecimiento de nuestro verdadero Ser.
Él que no logra jamás despojarse de su disfraz y muere con él, es probable que haya sido víctima de múltiples trampas y que no se haya manifestado desde su verdadera esencia, algo que limita mucho el crecimiento personal, porque trascender el ego es evolucionar.
Algunas prácticas imprescindibles para reducir el ego:
Sonia Casanovas
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