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Una madre diferente para cada hijo

Cada hijo es diferente y cada hijo nace en momentos distintos para los padres. Abrazar las diferencias es una forma de amor puro.

La vida es injusta

Estábamos en las tirolinas pasando el día con unos amigos, de repente los hermanos mayores de las dos familias pidieron un circuito más difícil y que solo su altura les permitía hacer. Los medianos lloraban y pataleaban porque se sentían ninguneados, secundados, e ignorados. Realmente era injusto, ¿porque unos hermanos, iban a tener privilegio sobre los otros? Mi amiga y yo, nos pusimos a comentarlo, llegamos a la conclusión, después de consolarles y explicarles que a veces ellos eran los que tenían privilegios sobre los mayores, que la vida era así, injusta. Mis padres, al ser nosotros cuatro hermanos de edades variadas, no podían tratarnos siempre por igual, porque había años que coincidíamos, pero otras épocas en que cada uno estaba en momentos distintos, unos adolescentes, otros más pequeños… y eso generaba necesidades diferentes. Supongo que eso ayudó a que cada uno hacía lo que le gustaba, uno pintaba, la otra bailaba, el otro tocaba la guitarra… Existen otras familias, llamadas aglutinadas, donde todos,  por ejemplo, juegan al tenis, o todos estudian la misma carrera,  puede que sea casualidad, porque estén muy estimulados hacia esa preferencia y les acabe interesando, pero también puede ser que inconscientemente se les tenga reprimidos ser otra cosa, aunque más tarde, probablemente en su vida adulta, descubran otras aficiones y aspectos de su forma de ser que acaben saliendo a la luz. La rivalidad entre hermanos forma parte de la naturaleza animal pero esta competencia, es mucho más fuerte e insana cuanta más igualdad se practique en la forma de valorarles, porque inevitablemente te conduce a compararlos más. Si a todos los hijos se les trata por igual, significa que la medida por los que se les valora es una, y puede que bajo una única medida unos sean superiores a los otros.

La rivalidad entre hermanos

Los hermanos rivalizan por la atención y el amor de los padres, lo vemos en cualquier cachorro de mamífero, pero este tendrá que entender que se le quiere por su forma genuina de ser. No podemos decir que queremos a todos los hijos por igual, ser preso de este pensamiento solo puede que engendrar culpa y competitividad insana. Debemos descubrir por qué queremos a cada hijo, conocerle, abrazar y aplaudir sus diferencias y nunca compararles ni en resultados académicos, ni en el aspecto físico, ni en su forma de comportarse. Cada hijo te enseña unas cosas diferentes por lo que cada relación es distinta. Yo he sido madre tres veces, cada hijo ha nacido en un momento vital diferente y considero que he sido tres madres distintas, por edad, por circunstancias, por experiencias, por eso no he sido la misma madre: la primera madre que fui era novata, una madre virgen tiene mil miedos y en mi caso estaba agotada por no dormir, también era muy sacrificada, hacerlo “bien” era mi objetivo. La segunda madre que fui se sentía culpable cuando no lograba llegar a las necesidades de los dos, pero también era relajada frente a cómo cuidarles, mi objetivo  en este caso fue “quererlos por igual”. La tercera madre fue más amorosa, caótica y más paciente que nunca, con el objetivo de “dejarme llevar por el instinto”. Con cada experiencia, he ganado en ir dejando de ser “la madre ideal” y he dejado atrás los miedos para seguir caminando en abrazar la madre que soy, aceptando sus defectos y valorando también más mis cualidades. Cada hijo me ha hecho conectar un poco más con el eslabón perdido de la maternidad salvaje y nos ha beneficiado a todos, a mí como madre y a ellos también como hijos.

Y tú, ¿qué tipo de madre eres para cada hijo?

Es una buena pregunta, porque puede realmente sorprenderte que a veces hay muchas incoherencias entre una madre para un hijo y otra para el hermano. Puede haber diferentes tipos de madre para cada hijo, la madre que aconseja y la madre que se divierte con el otro, pero no deberían haber opuestos, por ejemplo, una madre atenta que escucha con uno, y con el otro una madre que no escucha nunca. En una conferencia para padres, sobre educación, una madre levantó la mano para comentarme lo difícil que era su hija mediana. Se puso hablar de lo maravillosa que era su hija mayor y su hija pequeña, y de la mediana solo se quejaba: que era cerrada, que no le contaba nada, que siempre estaba de mal humor… Le pedí que me dijera una cualidad de cada una de sus tres hijas, con la primera y la tercera, lo tuvo fácil, pero no se le ocurría nada bueno de la hija de en medio. El problema es cuando una madre solo valora lo que le falta a un hijo por lo que tiene el otro.  Cada hijo es genuino y encuentra unas cualidades por las que destacar. Si naces en  una familia donde existe un hermano estudioso, ocuparás la vacante del divertido, si la vacante de estudioso y divertido están ocupadas, buscarás otra cualidad por la que destacar. Este fenómeno sucede porque los hijos necesitan ser atendidos y cubrir sus necesidades a través del afecto de sus progenitores y despliegan sus encantos que al diferenciarse de los de sus hermanos permitirán que los padres se sientan atraídos por cada uno de ellos.

La oveja negra

Pero a veces, esto no sucede, hay un rechazo inconsciente y encubierto con un hijo, que suele ser, al que llamamos problemático, el niño difícil, el que se porta más mal, el que no para de molestar a su hermano pequeño… En ese caso, te has de preguntar, ¿qué no estás haciendo con ese hijo?, ¿qué necesidades no estás cubriendo y qué cualidades tiene que no estás apreciando? En una visita familiar, observaba mucha armonía entre los padres y tres de sus hijos, pero mucha tensión cuando el cuarto y primogénito aparecía en escena. Se quejaban de lo mucho que molestaba a sus hermanos pequeños y sin darse cuenta lo invitaban a hacer planes por separado, así que, con la excusa de ser el mayor, cuando todos estaban en el parque, él estaba jugando a la consola (aunque tenía la edad de estar también en el parque) o cuando se iban al cine, él se quedaba en casa de un amiguito. Un día, la madre, me explicó lo difícil que había sido su parto, que la dejó ingresada una semana porque tuvo desgarros y otras heridas en el útero, literalmente dijo “el niño me desgarró, me rompió por dentro”. Ese día pude entender un poco más lo que les pasaba, a veces es necesario entender cómo ha sido la relación madre e hijo, antes de que apareciera el problema.

Es normal que en una familia siempre hay quien tiene un mal día, uno que está especialmente más fastidión de lo normal… pero el problema es cuando siempre es el mismo miembro, cuando lo etiquetamos y acaba convirtiéndose en la oveja negra. Este ser “el diferente” es muy peligroso, porque los propios hermanos lo expulsarán del grupo y reforzarán la idea de que es el hermano ´non grato´, al imitar el rechazo inconsciente de sus padres. El problema se enquista, cuando el rechazado se siente enfadado y no hace más que insistir en el mal comportamiento porque muestra su ira y su rabia hacia la incomprensión que siente y esa actitud lo estigmatiza aún más haciendo que se le rechace por más razones.

Abrazar a la madre imperfecta

Pero todo esto se puede parar, lo primero desde el propio lenguaje. No es lo mismo decir tengo un hijo problemático, que tengo un problema con un hijo. Si asumes que el problema es tuyo, es más fácil de solucionar. Para ello deberás reflexionar para detectar que es lo que realmente ocurre, qué pasaba en tu vida cuando lo concebiste, si lo deseabas o vino por sorpresa, si tenías el espacio en tu vida para ese niño o te costó hacerle un hueco, si querías que fuera de ese sexo o esperabas que fuera del otro, si se parece a ti o no se parece en nada y como te afecta sus parecidos u opuestos contigo, si esperabas que fuera diferente a como es, si quieres que sea de una manera y te molesta cuando no cumple con tus expectativas o si dejas que sea quien quiere ser…todo lo que hagas consciente, sanará una herida entre tu hijo y tú, de lo contrario seguirá produciendo dolor en vuestra relación.

Con esta idea, también como madre has de abrazar la imperfección, has de entender que a veces con uno te pasas de largo y con otro te quedas corto, porque es imposible siempre ser justo. No se trata de dividir el pan en partes iguales, se trata de estar atento en dar a cada uno la proporción de atención que necesita en ese momento, y eso significa, que a veces un hijo necesita más que otro, puede que uno te pide más atención a la vez que el otro te pida más distancia.

También la vida de una familia es muy larga, y es normal que hoy te lleves mejor con uno, pero descubras más adelante una afinidad con otro. Lo importante es que no haya preferencias, pero sí que prefieras a cada hijo por y para compartir cosas distintas.

Enamorarse de cada hijo

Cada uno te habrá de enamorar por sus particularidades, por eso es importante, valorar y encontrar sus cualidades y abrazarle por ellas. ¿te falta algún hijo del que aún no te hayas enamorado? Aún estás a tiempo, siempre se está a tiempo de mejorar. Para ello, has de saber que cada hijo ha de tener su espacio, su tiempo y sus necesidades cubiertas. Pregúntate, ¿cuánto tiempo pasas con cada uno de ellos? ¿cuánto juegas con cada uno de ellos? ¿qué gustos y preferencias tiene cada uno? ¿qué necesidades particulares tiene cada uno? ¿qué expectativas tiene cada uno de su madre? ¿qué es lo que te enamora de cada uno de tus hijos? Me he enamorado de mis tres chicos por cosas muy distintas: del primero por su sensibilidad, del segundo por su fuerza y del tercero por su ternura. Reconozco que no con todos ha sido un flechazo, hay amores locos y otros amores que se cuecen a fuego lento. Pero lo importante es descubrir a cada uno de estos amores, porque son únicos y diferentes y por eso son relaciones diferentes y especiales, porque a cada hijo te unen cosas distintas.

Es cierto también que la vida te va poniendo a prueba, que a veces te desenamoras porque las personas cambian y necesitas esforzarte de nuevo para volver a reencontrarte. Seguramente, en la edad de la adolescencia es más difícil enamorarte de un hijo que te contesta mal, vive en su mundo y no te dirige la palabra, pero sí logras verle la gracia, el aprenderá también a quererse. Una paciente adolescente, me comentaba como sus padres solo se referían a ella con buenas palabras cuando le hablaban de su infancia y ella ni siquiera podía recordarse, me explicó que ella no se reconocía en esa niña pequeña y que le gustaría que sus padres también pudieran hablar bien de la persona en la que se había convertido.

También los hijos, pueden sacarte de quicio por cosas muy distintas, porque aunque sean niños tienen también su carácter y habrá cosas de ellos que no te gustarán y que probablemente sean el espejo de tus propios defectos, así que también deberás aprender a abrazar sus dientes y calvas podridas, que al final son los defectos que están en ti y en tu pareja. Con esto se puede concluir que amar a los hijos es un ejercicio de aceptación y de amor hacia ti mismo y hacia tu pareja. Todo lo que no tengas resuelto en ti y en tu pareja, quedará reflejado en su rechazo hacia ellos. Todas tus frustraciones y limitaciones son tuyas, no hagas que se apropien de ellas tus hijos.

El árbol como metáfora

Si tu fueras un árbol y cada hijo un tronco, deja que cada uno escoja quien quiere ser y limítate a observar y dar ese espacio para que tengan suficiente terreno para llegar hasta donde ellos quieran. Acepta que habrán hijos más enraizados que otros, unos crecerán más rápido y otros necesitarán que les riegues más… no importa que unos hagan las ramas más altas porque quieran llegar muy lejos y otros las hagan más cortas porque necesiten menos, lo importante es que cada uno tenga la libertad para crecer hasta donde decida y en la dirección que ellos escojan. Limítate a escuchar cuánta agua necesita cada uno, y deja que cada extensión de ti  sea  como quiera ser, con sus particularidades, ama a la rama más parecida a ti  y también a la más diferente, todas las extensiones de ti te enseñarán algo y anímales para que algún día ellos siembren también su propio árbol.

Carla Pérez Martí

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